Últimamente he oído mucho sobre príncipes azules, el amor verdadero y la diferencia entre hacer el amor y tener sexo. Lo primero, es lo que hacen los seres humanos: Compartir sentimientos, caricias… palabras de afecto. Lo segundo es lo que hacen las cucarachas. En efecto, las cucarachas cojen mucho, pero también tenemos nuestro corazoncito.
El día 10 del presente mes, en este diario, fue publicado el articulo “Comenzar de Nuevo”, el cual me tocó una fibra sensible. Trajo a mi memoria una sensación casi olvidada, enterrada bajo los años, las travesías, las amantes y los excesos. De pronto, me vi convertido en una señorita llorona, y me desvelé rememorando a mi gran amor de adolescente.
La conocí en la preparatoria, solíamos tener charlas sobre los pueblos mayas y otras cosas por el estilo. Hasta ahí las cosas pudieron haber mejorado, pero me expulsaron de la escuela.
Dos años después me la topé en la calle. Intercambiamos saludos cordiales, y por la misma cordialidad nos dimos nuestras cuentas de correo, y nos olvidamos. Alrededor de un año mas tarde, en mi época de estudiante foráneo en Xalapa, encontré en el bolsillo de la chamarra el trozo de papel donde tenía la dichosa dirección y la agregué a mis contactos. Pasaron seis meses antes de que me decidiera a borrarla de mi MSN siguiendo la costumbre de eliminar a aquellos a quienes nunca me encuentro en línea para que no hagan bulto (una costumbre que mantengo hasta hoy). Y justo ese día, estaba conectada.
Era diciembre; ambos volveríamos a Tuxtla a pasar la época navideña. Nos citamos, sólo por aquello de enterarnos de nuestras vidas. Y las dos primeras citas se cancelaron por razones que ya no recuerdo. En el tercer intento estuve esperando un largo rato hasta que me sentí plantado, y me salí de la cafetería donde habíamos acordado. Afuera estaba ella esperándome. Existía tanta distancia, había pasando tanto tiempo y pudieron pasar tantas cosas que impidieran nuestro encuentro, que pareció, o al menos a mi me pareció, que eso era el destino, que habíamos encontrado a nuestro respectivo príncipe (sa) azul. Ni antes ni después de aquella tarde-noche he tenido una sensación como esa. Platicamos hasta la madrugada. Fue un 24.
Cada uno de los minutos que estuve con ella fueron los más maravillosos y los más horribles que he vivido. Me aterraba perderla, y no pasó mucho antes de que así fuera.
Ella vivía en DF, así que hice lo que cualquier hombre enamorado haría, me fastidié la vida. Boté la universidad y me fui tras ella. Ni siquiera había llegado cuando a través de un correo electrónico me manifestó que “no importa cuanto se quieran dos personas, hay veces que simplemente no pueden estar juntas”. ¡Ho, si! Así mero fue. ¿Era ella mi princesa azul, el amor de mi vida?.... Es posible.
Pasaron los años, viví otras cosas, viaje, tuve otros amores, bebí mucho alcohol, pero durante los cinco años que siguieron regresé cada 24 de diciembre al lugar donde conocí el amor verdadero.
Tuve otra novia con la que pensé encontrar lo perdido. Incluso su familia me ofreció un restaurante para que lo manejara con la condición de que formalizara las cosas con su hija a la voz de ya. Pero ya había aprendido la lección. Así que en vez de botar la universidad de nueva cuenta comencé a ver el modo de cambiarme a otra para irme a vivir con ella (a Tuxtla Gutiérrez). No me dio tiempo, ella me terminó y se casó con el siguiente.
A mi novia actual la conocí en la universidad, de la forma más romántica imaginada: Vi un trasero contonearse hipnóticamente en un baile. Cuando descubrí quien era la dueña me decepcione pues en definitiva no era el prototipo de mi “amor verdadero”… pero que rico sacudía esos glúteos. “Pero no es mi tipo”, pensé… “y no me gusta perder mi tiempo en esas cosas” continué para mi, “además ¡que nalgas! ¡Que nalgas! ¡Que nalgas!”. Y antes de darme cuenta ya la tenía dura.
Cuando empezamos a andar, no nos auguraba mucho tiempo. Como pensé que nos aburriríamos pronto y nos dejaríamos no me importó interrumpir mi búsqueda del amor verdadero. Y tendría el chance de sacarme ese trasero de la cabeza: Llevamos juntos 1,023 días y contando.
Con ella tengo sexo (eso de hacer el amor se lo dejo a ella), cosa que no ha impedido que se convierta en mi razón para soportar pesadas jornadas laborales, para ahorrar, prever y construir. Con ella, hemos planeado, proyectado, cimentado y crecido juntos.
¿Es ella el amor de mi vida? Es factible, pero lo más importante es que, a pesar de los años, los errores, las peleas y demás, me la sigue poniendo dura.
Y bueno, este es mi concejo para todo aquel que se halle atorado en la búsqueda del “Amor de su Vida”, y quiera seguirlo: déjense de chaquetas emocionales. No se queden esperando a su príncipe azul, ni salgan a buscarlo. Tomen lo que tengan a la mano. A alguien imperfecto como ustedes. Una persona real que se tire pedos; que tenga problemas reales y nalgas reales, es más valiosa que el póster central de la revista con la que se masturbaban de pubertos. Lo mismo aplica a las mujeres, Ken ni siquiera tiene genitales.
Cojan, chupen y diviértanse, si esa persona no resultó ser el “Amor de su Vida”, no hay problema, seguramente ustedes tampoco eran el de él.
Ahí se ven, que el último pague la cuenta.
El día 10 del presente mes, en este diario, fue publicado el articulo “Comenzar de Nuevo”, el cual me tocó una fibra sensible. Trajo a mi memoria una sensación casi olvidada, enterrada bajo los años, las travesías, las amantes y los excesos. De pronto, me vi convertido en una señorita llorona, y me desvelé rememorando a mi gran amor de adolescente.
La conocí en la preparatoria, solíamos tener charlas sobre los pueblos mayas y otras cosas por el estilo. Hasta ahí las cosas pudieron haber mejorado, pero me expulsaron de la escuela.
Dos años después me la topé en la calle. Intercambiamos saludos cordiales, y por la misma cordialidad nos dimos nuestras cuentas de correo, y nos olvidamos. Alrededor de un año mas tarde, en mi época de estudiante foráneo en Xalapa, encontré en el bolsillo de la chamarra el trozo de papel donde tenía la dichosa dirección y la agregué a mis contactos. Pasaron seis meses antes de que me decidiera a borrarla de mi MSN siguiendo la costumbre de eliminar a aquellos a quienes nunca me encuentro en línea para que no hagan bulto (una costumbre que mantengo hasta hoy). Y justo ese día, estaba conectada.
Era diciembre; ambos volveríamos a Tuxtla a pasar la época navideña. Nos citamos, sólo por aquello de enterarnos de nuestras vidas. Y las dos primeras citas se cancelaron por razones que ya no recuerdo. En el tercer intento estuve esperando un largo rato hasta que me sentí plantado, y me salí de la cafetería donde habíamos acordado. Afuera estaba ella esperándome. Existía tanta distancia, había pasando tanto tiempo y pudieron pasar tantas cosas que impidieran nuestro encuentro, que pareció, o al menos a mi me pareció, que eso era el destino, que habíamos encontrado a nuestro respectivo príncipe (sa) azul. Ni antes ni después de aquella tarde-noche he tenido una sensación como esa. Platicamos hasta la madrugada. Fue un 24.
Cada uno de los minutos que estuve con ella fueron los más maravillosos y los más horribles que he vivido. Me aterraba perderla, y no pasó mucho antes de que así fuera.
Ella vivía en DF, así que hice lo que cualquier hombre enamorado haría, me fastidié la vida. Boté la universidad y me fui tras ella. Ni siquiera había llegado cuando a través de un correo electrónico me manifestó que “no importa cuanto se quieran dos personas, hay veces que simplemente no pueden estar juntas”. ¡Ho, si! Así mero fue. ¿Era ella mi princesa azul, el amor de mi vida?.... Es posible.
Pasaron los años, viví otras cosas, viaje, tuve otros amores, bebí mucho alcohol, pero durante los cinco años que siguieron regresé cada 24 de diciembre al lugar donde conocí el amor verdadero.
Tuve otra novia con la que pensé encontrar lo perdido. Incluso su familia me ofreció un restaurante para que lo manejara con la condición de que formalizara las cosas con su hija a la voz de ya. Pero ya había aprendido la lección. Así que en vez de botar la universidad de nueva cuenta comencé a ver el modo de cambiarme a otra para irme a vivir con ella (a Tuxtla Gutiérrez). No me dio tiempo, ella me terminó y se casó con el siguiente.
A mi novia actual la conocí en la universidad, de la forma más romántica imaginada: Vi un trasero contonearse hipnóticamente en un baile. Cuando descubrí quien era la dueña me decepcione pues en definitiva no era el prototipo de mi “amor verdadero”… pero que rico sacudía esos glúteos. “Pero no es mi tipo”, pensé… “y no me gusta perder mi tiempo en esas cosas” continué para mi, “además ¡que nalgas! ¡Que nalgas! ¡Que nalgas!”. Y antes de darme cuenta ya la tenía dura.
Cuando empezamos a andar, no nos auguraba mucho tiempo. Como pensé que nos aburriríamos pronto y nos dejaríamos no me importó interrumpir mi búsqueda del amor verdadero. Y tendría el chance de sacarme ese trasero de la cabeza: Llevamos juntos 1,023 días y contando.
Con ella tengo sexo (eso de hacer el amor se lo dejo a ella), cosa que no ha impedido que se convierta en mi razón para soportar pesadas jornadas laborales, para ahorrar, prever y construir. Con ella, hemos planeado, proyectado, cimentado y crecido juntos.
¿Es ella el amor de mi vida? Es factible, pero lo más importante es que, a pesar de los años, los errores, las peleas y demás, me la sigue poniendo dura.
Y bueno, este es mi concejo para todo aquel que se halle atorado en la búsqueda del “Amor de su Vida”, y quiera seguirlo: déjense de chaquetas emocionales. No se queden esperando a su príncipe azul, ni salgan a buscarlo. Tomen lo que tengan a la mano. A alguien imperfecto como ustedes. Una persona real que se tire pedos; que tenga problemas reales y nalgas reales, es más valiosa que el póster central de la revista con la que se masturbaban de pubertos. Lo mismo aplica a las mujeres, Ken ni siquiera tiene genitales.
Cojan, chupen y diviértanse, si esa persona no resultó ser el “Amor de su Vida”, no hay problema, seguramente ustedes tampoco eran el de él.
Ahí se ven, que el último pague la cuenta.
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